Pequé de iluso y lo leí pensando que era autoconclusivo. Error mío, por supuesto. El libro dice Continuará al final, en cursiva y bajo la risotada del editor que debe estar contando los billetes. La novela está escrita con un estilo agradable, sin giros rebuscados ni ambiciones literarias profundas, utilizando una técnica de dos narradores superpuestos que le otorga ritmo de diálogo y de historias paralelas. Y a pesar de mi impaciencia e intolerancia con las sagas fantásticas en formato de ladrillo, es un libro que encanta desde el principio y que vale la pena leer.
La historia comienza por el final, con un Kvothe que es más viejo de lo que aparenta, atendiendo una cantina en un rincón alejado del mundo y del peligro, lo que podría esperarse de un simpatista retirado (mago o brujo, en la nomenclatura del libro). Le acompaña un aprendiz que al rato se nos muestra como algo muy distinto a lo que aparenta, y al poco tiempo aparece un Cronista que viene buscando la historia del verdadero Kvothe, no los mitos y leyendas cambiantes y exagerados que se tejen al rededor de su imagen pasada.
Que comience por el final es relevante. Es lo más relevante del mundo, porque nos dice a gritos que pase lo que pase en su historia, el personaje principal, Kvothe, seguirá viviendo aventuras hasta el momento mismo en que comienza esta historia. Es una garantía que da seguridad al leer, pero que al mismo tiempo me llena de ansiedad. A lo largo del libro repite el truco, esta vez adelantando partes de la historia sin contarlas realmente, y engancha al lector en ese juego por saber cómo ocurrirá aquello que fue enunciado apenas. Una especie de cliffhanger descafeinado, muy apropiado para el estilo narrativo.
El ritmo del relato es pausado, se toma su tiempo para presentarnos el entorno, el contexto, con imágenes simples. De hecho el primer cuarto del libro da la sensación que no ocurre nada, aunque en las primeras páginas ya nos sumerge en el mundo mágico donde está situada la historia y sus personajes, con un evento sangriento. Ahí quedé inmediatamente prendado, pues entre dato y dato el libro muestra que el protagonista extraño de cabellera roja es algo más que un simple cantinero. Y luego de ocurrido esto, páginas y más páginas de situaciones cotidianas y conversaciones con mucho sentido, hasta que el verdadero relato comienza.
El método de los dos narradores funciona perfecto aquí. Un narrador heterodiegético deficiente, que cuenta los hechos en torno a la cantina y los personajes que en ella interactúan; y un narrador homodiegético protagonista, Kvothe, que cuenta su historia desde su infancia y arroja esos detalles de acontecimientos que no conocemos y que atan al lector a continuar leyendo. Ambos narradores se intercalan y queda claro en cada escena qué narrador es el que manda.
Los elementos de la historia, al menos en este primer tomo de la saga, no son ninguna novedad: el niño feliz que aprende que tiene un poder sin igual, el evento traumático que marcará toda su vida, la juventud torturada como un indigente, la oportunidad de volver a comenzar gracias a un golpe de suerte, la juventud auspiciosa en un nuevo ambiente, amistades cómicas que poco aportan a la historia salvo como comodines para presentar situaciones, un amor inolvidable y un enemigo despreciable. Creo que ya vi esto en alguna parte. Pero a pesar de la repetición de estructuras propias de la narrativa fantástica heroica, todo lo que acompaña a estas piezas de la historia, los condimentos bien relatados y las situaciones claramente presentadas, me hicieron olvidar tanta obviedad y al fin pude disfrutar el relato.
Comenzado el tercer cuarto de la novela hay un bache, una situación que cambia el foco del relato y que incluye a un personaje demasiado obvio. El ritmo, los diálogos, las situaciones, se vuelven fofos, mecánicos, como un capítulo agregado al final para rellenar, muy estereotipado y distinto a lo que venía leyendo con tanto entusiasmo. Se muestran situaciones, objetos y lugares que antes fueron enunciados por otros personajes que parecían no tener ninguna relevancia. Y aunque yo lector entendí lo que me mostraba el autor, obviamente el personaje no hacía los link necesarios y eso me llenó de frustración. Por la cresta, pensé, otro Harry Potter imbécil. Si el personaje se suponía tan inteligente… Pero había caído en la trampa del narrador. Quien contaba la historia era el mismo Kvothe, que sabía la verdad, pero la contaba de tal manera que no se adelantara a los hechos. Lo odié por eso.
El último cuarto del libro prometía con dar un cierre, pero a medida que me acercaba al clímax entendí (muy tarde) que se trataba de una saga y lo que estaba leyendo era apenas la primera de muchas (espero que no sean más de tres). Resignado, continué con la lectura y nuevamente fui golpeado por un giro inesperado, el narrador en la cantina presentaba un nuevo hecho sangriento, mágico, aterrador. Tal como comenzó la novela, así mismo terminó.
Redondeando: la historia narrada por Kvothe claramente está encadenada a los hechos dramáticos que ocurren a su alrededor en tiempo real. Dos historias paralelas, dos narradores con características diferentes. Una historia compuesta por estructuras predecibles pero que al final sorprende. Bien escrita, bien lograda. Agradable de leer. Desde el principio se siente empatía con ese chico feliz que cae en la más aterradora agonía. Da escalofríos.
Fue una buena lectura. Y para gozo del editor, compraré el segundo tomo que seguramente será tan caro como el primero (alrededor de $25.000 pesos chilenos). Lo único que exijo, es que sea tan bueno como el primero.